lunes, 7 de marzo de 2016

Lana volcánica

Siempre lo pienso: que las mantas hablan por sí mismas.

Comienzas a tejer con una idea en la mente (en este caso la de una manta hermafrodita),  y al final,  cuando ya casi acabaste,  la tienes que deshacer porque grita que ésa no es ella.

Esta manta, no me preguntéis por qué, "bailaba".  Hacía curvas,  subidas,  bajadas, y yo allí con cara de idiota, preguntándome si no sería un efecto secundario provocado por haber comprado la lana en La Palma (esa isla que mi corazón ama).

-Quizás sea lana volcánica - me escuché decir a mí misma.

Hice, deshice, tejí,  volviendo a deshacer después,  hasta que una mañana, esos grannies de los que había huido por considerarlos demasiado femeninos, empezaron a tomar forma entre mis dedos, domando por fin esa lana que claudicó rebeldías.

Y es que esa manta era Ana.

Se negaba a ser otra cosa por mucho que mi mente buscara un equilibrio estético, manta de pareja, donde su femineidad compartiera escenario.

-Yo comparto de otra forma - me susurró la manta-. El calor de un hogar,  mi risa,  una siesta en el sofá, una película, un libro, y esa felicidad que estira las piernas, suspira, y se deja acariciar los pies por unas manos masculinas.


Que disfrutéis de ese instante y de todos los que os regalará la vida.