Comienzas a tejer con una idea en la mente (en este caso la de una manta hermafrodita), y al final, cuando ya casi acabaste, la tienes que deshacer porque grita que ésa no es ella.
Esta manta, no me preguntéis por qué, "bailaba". Hacía curvas, subidas, bajadas, y yo allí con cara de idiota, preguntándome si no sería un efecto secundario provocado por haber comprado la lana en La Palma (esa isla que mi corazón ama).
-Quizás sea lana volcánica - me escuché decir a mí misma.
Hice, deshice, tejí, volviendo a deshacer después, hasta que una mañana, esos grannies de los que había huido por considerarlos demasiado femeninos, empezaron a tomar forma entre mis dedos, domando por fin esa lana que claudicó rebeldías.
Y es que esa manta era Ana.
Se negaba a ser otra cosa por mucho que mi mente buscara un equilibrio estético, manta de pareja, donde su femineidad compartiera escenario.
-Yo comparto de otra forma - me susurró la manta-. El calor de un hogar, mi risa, una siesta en el sofá, una película, un libro, y esa felicidad que estira las piernas, suspira, y se deja acariciar los pies por unas manos masculinas.
Que disfrutéis de ese instante y de todos los que os regalará la vida.
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